En una oscuridad de plaza,
overa de sol y sombra,
sobre un banco con brillos
de ataúd,
disfruto la infinita
congestión
de billetes vegetales,
que tremolan pendientes
sobre mi,
mientras son contados por el
viento.
Hay un planear zorzalero
auscultando lombrices
sobre el césped,
y una lluvia acristalada
de manguera serpiente
que embruja a los gorriones.
Una estatua oscura y gorda
que se sienta allá al
frente,
se orea en la semi luz
y pareciera
que me levanta las cejas,
saludando.
Semillas y hojas sueltas,
mientras tanto
junto a papeles de dulce,
boletos de micro y briznas
corren en estampida
haciendo cabriolas de niño
persiguiendo al viento loco.
Entablo conversación
con mi camarada el cedro,
el de brazos extendidos a la
brisa;
le pregunto cómo ha estado
y él con un gesto
de sus manos me responde:
- Mas o menos...